Un número sorprendentemente reducido de personas de una demografía notablemente diversa llegan a preguntarse: «¿Quién soy?», «¿Dónde estoy?» y «¿Por qué estoy aquí?» Puede ser un adolescente que teme los formidables desafíos de su futuro, o alguien avanzado en años reflexionando sobre preocupaciones exageradas sobre su pasado. Puede ser alguien que vive en la pobreza, que mira hacia arriba desde sus dificultades con curiosidad, o una persona rica que mira hacia abajo desde su lugar de privilegio con una sensación de vacío. A pesar de las diferencias en sus realidades externas, cada uno se siente perdido en un laberinto de su realidad interna, que la sabiduría convencional o sus esfuerzos anteriores no les han permitido navegar.

Guiados por esta desolación, ingresan por distintas puertas a una misma habitación para forjar la más estrecha amistad con otros buscadores que encuentran esta enseñanza.

Nuestra premisa es que el ser humano puede vivir las respuestas a estas preguntas, pero esta habilidad no se suele concretar. La naturaleza nos desarrolla sólo hasta cierto punto y luego nos deja incompletos, así como crea el trigo pero no el pan, la leche pero no la mantequilla, las uvas pero no el vino. Y así como la producción de la naturaleza se puede refinar a través de la agricultura, también podemos realizarnos al comprender cómo las leyes de la naturaleza se manifiestan en nuestra propia psicología.