Mayo
De nuestros tres cuerpos, el cuerpo físico parece, a primera vista, el más fácil de observar. Sus movimientos y posturas son físicos, y por tanto, rastreables. Si doy un paso adelante, es mi cuerpo físico el que coordina esta acción; si muevo un objeto de un lugar a otro, es mi cuerpo físico el que realiza esta tarea. Pero junto a esta capacidad de movimiento, existen muchos matices sutiles también arraigados en nuestro cuerpo físico que influyen profundamente en nuestra psicología y serán el foco de nuestras labores de mayo y junio.
Cuando presentamos el cuerpo físico en febrero, mencionamos que su función era el movimiento. Sin embargo, para observar sus matices más sutiles, debemos dividir además las manifestaciones de nuestro cuerpo físico en dos: una función motora y una función instintiva. La primera es responsable de la capacidad de movimiento del cuerpo, la segunda de mantener su bienestar. Ninguna de estas dos funciones es exclusivamente física; influyen en toda nuestra psicología. El trabajo de mayo abarcará la función motora; el de junio, la función instintiva.
La función motora en el cuerpo físico nos permite caminar, escribir a máquina, bailar, practicar deportes y realizar una amplia gama de movimientos externos. También nos otorga la capacidad de imitar y automatizar acciones complejas, como andar en bicicleta o conducir un automóvil, que al principio requieren nuestra atención concentrada, pero que a través de la repetición se vuelven automáticas. Esta capacidad de automatización requiere un examen más profundo, porque impregna las otras funciones y permite su fluidez. Por ejemplo, la función motora permite que la función intelectual conecte palabras y significado sin problemas y domine la capacidad de hablar. Permite que la función emocional haga coincidir las reacciones con los estímulos y le da la capacidad de responder con facilidad a las costumbres y expectativas sociales. En efecto, nuestra función motora opera como una rueda girando que permite la fluidez no solo para sí misma, sino también para las demás funciones.
Esta naturaleza rotacional correlaciona nuestra función motora con el tiempo, porque el tiempo también es rotacional; está determinado por la rotación de los orbes físicos: la rotación de la tierra alrededor de su propio eje marca un día, la luna creciente y menguante marca un mes, la órbita de la tierra alrededor del sol marca un año. De hecho, se puede decir que nuestro centro motor está bajo la ley del tiempo, aunque las implicaciones completas de esta afirmación pueden requerir una explicación más extensa. Nuestra función motora está influenciada por el tiempo físico de la misma manera en que un diminuto engranaje es forzado a girar por enormes ruedas mecánicas adyacentes. No puede resistir el tiempo; ‘cree’ en el tiempo y correlaciona el tiempo con la progresión y el logro. La tarea en cuestión es siempre un medio para un fin, un «ahora» que apunta a un «después». Pero al estar relegados a la rotación perpetua, cuando finalmente llega el «después», nuestra función de movimiento no puede sino percibirlo como un nuevo «ahora» que debe ser sacrificado por un «más tarde» aún más tarde. Como resultado, a través de la influencia de nuestra función motora sobre nuestra psicología, somos propensos a caer en impulsos mecánicos repetitivos: continuamente soñamos despiertos con escenarios aleatorios, continuamente reproduciendo interacciones con otros, continuamente tarareando melodías recordadas al azar, y muchas más secuencias repetitivas que colorean nuestro paisaje interno en contra de nuestra voluntad.
Que estos automatismos son impulsados por el momentum, y no por nuestra propia voluntad, es sencillo de comprobar, siempre que seamos sinceros con nosotros mismos: no se detienen cuando queremos. De ello se deduce que cualquier esfuerzo consciente por atrancar las ruedas de nuestras automatizaciones psicológicas nos ayudará a observar nuestra función motora.
Un área efectiva en la que aplicar esto es nuestro uso habitual del teléfono celular. Cuando la fluidez de nuestro centro motor se ve obstaculizada, como sucede, por ejemplo, cuando nos vemos obligados a esperar en una fila, en el tráfico o en un ascensor, nuestra función motora busca formas alternativas de perpetuar el movimiento y, a menudo, se volcará a revisar el teléfono innecesariamente. Por lo tanto, un buen ejercicio para interrumpir la automatización es la disciplina de revisar nuestro teléfono solo cuando estamos sentados. Cada vez que debemos usar nuestro teléfono, buscamos el lugar más cercano para sentarnos, y solo entonces lo sacamos.
Este tipo de ejercicio revela la influencia de nuestra función motora sobre nuestra psicología. También representa un paso significativo hacia el establecimiento de un gobierno interno. Al difundir la automatización indiscriminadamente, nuestra función motora tiraniza, por así decirlo, a las otras funciones en subordinación. Al restringir su influencia sobre las otras funciones, la obligamos a regresar al lugar que le corresponde.
El agricultor que trabaja de esta manera ha comenzado a limpiar la tierra de la maleza invasora del movimiento innecesario y ha cumplido con las obligaciones de mayo.