Si nuestro progreso en este trabajo fuera lineal, entonces cada día nos encontraríamos un poco más avanzados en el camino del autoconocimiento que el día anterior. Lo que entendimos ayer sería confiablemente nuestro y nunca retrocederíamos olvidando nuestras verificaciones. Cada día nuestro progreso sería evidente y nos alentaría a ascender a la cima del desarrollo humano.
Sin embargo, en realidad la experiencia de buscar el autoconocimiento resulta ser todo lo contrario. Nuestra brillante y clara comprensión de hace sólo una hora se nubla fácilmente. Si podemos mantener un progreso promedio de dos pasos hacia adelante y un paso hacia atrás, lo estamos haciendo bien. Más a menudo, nos encontramos retrocediendo dos pasos con cada paso adelante. Esto se debe a que nuestro avance en el camino del autoconocimiento no es lineal, sino cíclico.
Estudiantes en Edzná, Yucatán
El Castillo | Chichén Itzá
Esta verdad fundamental fue un hilo conductor a lo largo de nuestra visita a México la semana pasada. Los pueblos prehistóricos que civilizaron Mesoamérica hace unos 10.000 años observaban todo a su alrededor en un ciclo perpetuo. Nada avanzaba en línea recta. El maíz que plantaban surgía a su debido tiempo como un brote, maduraba hasta convertirse en una planta y producía maíz nuevo que a su vez se sembraba, repitiendo el ciclo sin cesar. Asimismo, el sol se ponía cada tarde por el oeste y salía a la mañana siguiente por el este. Las estaciones, las constelaciones, los planetas, la luna, las personas, las generaciones, las civilizaciones –prácticamente todo– circulaban en una trayectoria perpetua de desaparición y reaparición, o como lo expresaron en su mito de la creación, El Popol Vuh, en un ciclo perpetuo de siembra y amanecer.
Esta comprensión ciertamente explica la obsesión precolombina por la astronomía y el desarrollo de su elaborado calendario. Quien comprendiera los misterios del tiempo podría comprender (y tal vez prever) el desarrollo de todo. Tal comprensión sería una gran ventaja frente a las formidables leyes que, de otro modo, mantienen a los humanos en una vulnerable ignorancia. El conocimiento de los ciclos del tiempo podría dotar a su poseedor de la capacidad de prever momentos de oportunidad, prepararse para ellos y aprovechar el tiempo para su propio beneficio.
Esta “flexión” del tiempo se encuentra en el centro de uno de los episodios del Popol Vuh que representamos como una obra de teatro durante nuestra reunión. Los gemelos, que recibieron su ordenación por mandato divino, se enfrentan a los señores del inframundo para que la creación ordenada del mundo pueda desarrollarse adecuadamente. Los señores del inframundo son embaucadores; los gemelos son ingenuos. Los gemelos caen en todas las trampas y rápidamente encuentran la muerte. Pero ni siquiera la muerte puede ser simplemente un final. Como la naturaleza no tiene líneas rectas, la muerte debe ser el comienzo de algo más. Los restos de los gemelos fallecidos dan origen a una segunda generación de gemelos que aprenden de la experiencia de sus antepasados y burlan a sus rivales.
En última instancia, las fuerzas de la luz triunfan sobre la oscuridad de la misma manera que nuestro autoconocimiento triunfa sobre la ignorancia. Damos dos pasos hacia adelante y uno hacia atrás. Al esbozar la historia de la creación, el Popol Vuh establece una de las leyes fundamentales aquí en la tierra. El progreso no puede desarrollarse de forma lineal, sino sólo cíclica. Para ascender, cada ciclo debe aprovechar la experiencia del anterior y doblarla en espiral. Aquellos de nosotros que regresamos de la reunión de México debemos esperar injertar las comprensiones que hemos adquirido en nuestra rutina en casa, pero sólo de acuerdo con esta misma ley fundamental.
¡Buena suerte!
Estudiantes Representando a los Señores del Inframundo